Deus ex Draco
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Viejo nuevo orden.
Arcanis Capital, once de la mañana.
-¡El emperador a muerto! ¡El juez supremo ha sido asesinado!
Tiberio caminaba por las entramadas calles de Arcanis una mañana cualquiera cuando un pregonero pasó por su lado, berreando como un loco como solo los pregoneros acostumbran cuando tienen malas noticias. Sin poder dar demasiado crédito a la noticia, disimuló su apuro y torció el rumbo por una callejuela. Hoy no iría al cuartel. En cambio, se dirigió inmediatamente y con paso acelerado a "El camino del Rey", olvidando toda precaución. Irrumpió en la taberna, a esas horas vacía, e inmediatamente se dirigió a la posadera.
-Quiero una habitación- soltó, jadeante- muy oscura, por favor.
-A estas horas de la mañana excusad de andaros con precauciones, Tiberio- le sonrió Vibia mientras echaba cuentas sobre un pergamino-. Ya sabes donde está el jefe.
-Toda precaución es poca. Gracias de todos modos-la correspondió Tiberio.
El hombre bajó al almacén de la taberna quitándose la capa y, cuando llegó al quinto barril de vino, dió cinco golpes secos con una llave sobre el grifo. Con un leve "Clack", la tapa se abrió y entró hacia el fondo iluminado.
-¿Quien es? -preguntó una voz suave y profunda.
-Tiberio, señor- anunció-. Vengo a informar sobre algo importante.
-Que el emperador ha muerto, ¿verdad?- dijo Casius Arcana, alzando la mirada de su escritorio.
-O sea que ya estais...
-Más de lo que creeis, muchacho. Tengo muchos informadores en palacio, y llevo tres horas investigando el asunto. Esto es lo que me han traido hasta ahora -señaló varios pergaminos del escritorio- y aún tengo a varias personas investigando ahí fuera.
-No quisiera pecar de curiosidad -soltó casio por educación, aunque sabía que la pregunta lo carcomía-, ¿pero entonces que ha sucedido en palacio?
-Pues por lo que sé... encontraron el cadáver del juez supremo Flavius en la sala del trono a las siete de la mañana, junto con los de cuatro jueces. Se sabe que el agresor ha desaparecido, pero no se conoce el motivo del asesinato. Y estarás de acuerdo conmigo en que no hay demasiadas personas en el imperio capaces de asesinar a tantos jueces de ese rango a la vez.
-¿Creeis que pudo ser cosa de algún dragón vengativo? En otro tiempo Flavius fué un gran azote para su orden durante la guerra.
-Francamente, lo dudo. He sido testigo del poder de los jueces durante la guerra, y además, hasta el propio Tiamant sabe que no conseguirá nada asesinando a un solo emperador-suspiró Casius-. A rey muerto rey puesto, como se suele decir.
En ese momento, un portazo se oyó arriba, en la taberna y acto seguido, los cinco golpes en el grifo del quinto barril. De la penumbra emergió un muchacho joven, más que tiberio, ataviado con una túnica de mago. Jadeando, buscó la mirada de Casius, quien se levantó preocupado a atenderle mientras Tiberio le sostenía. Apenas se mantenía en pie.
-Estos magos no saben lo que es la actividad física, mi señor- comentó Tiberio, con media sonrisa.
-Shh. Salvio, muchacho, ¿que ha sucedido?-le preguntó Casius, encorvándose levemente.
-El asesino... del emperador...-informó entrecortadamente- fué el maestro... Garland...
Casius se sorprendió en silencio, mientras Tiberio no pudo callarse.
-¿Garland? ¿El indultado? ¿El viento de ébano que barrió los campos de batalla en la guerra en nombre del imperio? ¿Pero estais ebrio a estas horas?
-No es todo...- lo interrumpió Salvio, recuperando el aliento- ellos... me apresaron escuchando... suero de la verdad... saben de este escondite... ¡están viniendo hacia aquí!
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Lo que la gente percibe como el milagro de la magia es sencillamente una hábil combinación entre comprensión y manipulación. Lo que hace a los artífices del mundo, o comunmente llamados “magos” tan especiales es sencillamente una característica hereditaria muy escasa. Solo descendientes de artífices tienen alguna posibilidad de llegar a ser considerados como tal. Y el primer paso para ello es ser consciente de que la “magia”, de por sí, no existe. Lo que llamamos magia solo es la consecuencia de un proceso; un proceso, como ya he escrito, basado en la comprensión. Sin embargo, este es un tratado sobre magia, así que tendremos que empezar por darle una definición concreta sobre la que asentarse. Para ello hay que remontarse al mencionado proceso.
Este proceso se desarolla en un ambiente formado por dos objetos: el “uno” y el “todo”, entendiendo por “uno” el artífice y por “todo”, el conjunto de las fuerzas del mundo y el mundo en sí. Ambos se encuentran relacionados por la magia. Un artífice experimentado ha de percibir el mundo y sus fuerzas como parte de sí mismo para poder tallarlo. El presente volumen se haya dedicado por entero al estudio de este punto en particular. Más allá de esto, habiendo sido capaz de percibir el “todo” como parte del “uno”, el artífice debe comprender y conocer este “uno” tal y como conoce las líneas de sus manos (vol II). Este proceso requiere tiempo y dedicación, pues el conocimiento de las fuerzas es algo realmente costoso, más a nivel psicológico que intelectual, ya que estas fuerzas han de ser interiorizadas, y su manipulación (vol III), necesariamente ha de acabar siendo una capacidad tan natural como el habla. Este último paso, una vez habiendo superado el segundo requisito, resulta relativamente sencillo al ser un proceso práctico en su totalidad, cuyo conocimiento solo puede ser transmitido a través de un artífice experimentado.
Habiendo hecho un esbozo de todo el proceso que desgranaremos en lo sucesivo, podemos concluir que la única definición posible y fiable para el fenómeno de la magia es sencillamente la de “fuerza”. Más concretamente, “fuerza dedicada a la manipulación de las fuerzas”
Cabe señalar que incluso los seres completamente incapaces de manipularla, experimentan la magia. Muchos autores consideran este fenómeno de continua experimentación como “vida”. El presente tratado estudia esta postura de forma escéptica, considerando este fenómeno sencillamente como “presencia”, ya sea viva o inerte.
Disfrute de la lectura.
Tratado sobre Magia Práctica para artífices principiantes, volumen I: Prólogo
Conde Duque Pascal Van Orpheos, Arcanis 1219
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Tren
-¿En qué piensas?
Matoya le miró, pasivo, solo para volver a fijar la vista en cielo gris y lloroso que seguía al tren. Se tomó su tiempo para responder con tristeza.
-En nada. No tengo nada en qué pensar. Ojalá.
A diferencia de Matoya, Garland se encontraba de pie, apoyado a la pared, sin ofrecer el más mínimo interés en el exterior del tren. Sonreía con aquella desconcertante sonrisa de niño travieso que tan nervioso ponía a su compañero, quien parecía haberse contagiado de la eterna tristeza del cielo de las Tierras Grises. En su constante vagabundeo por el mundo, Matoya había pasado en varias ocasiones por las Tierras Grises. Algo le solía llamar al norte de aquel país fantasma, pero nunca encontró nada salvo un hombre al que solía visitar, en la costa. Lo más parecido a un amigo que solía tener, hasta que de forma desconcertante Garland llegó a su vida. Sin saber muy bien por qué, aquel chico tan sumamente inmaduro le inspiraba cierta simpatía; sobre todo porque aún a pesar de su juventud parecía tener muy claras demasiadas cosas.
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Estaba solo. De pie, desafiando el vértigo, ante el abismo sin fin. Quiere abandonarse a la gravedad, pero el miedo lo paraliza. No sabe lo que ocurrirá si se abandona. Despues de todo, el abismo no tiene un fondo que temer. Y, sin embargo, es incapaz...
-¡Nero!-estalló una voz familiar- ¡El capitán te requiere!
-¿Damos?-dijo Garland, desperezándose- ¿Tienes idea de que hora es?
-No lo sabes ni tú. Anda, apura, que he tenido que abandonar la guardia para avisarte y el jefe se mosquea... Y date una ducha, que mi perro huele mucho mejor.
Aún no había amanecido. Garland echó un vistazo al reloj y se disgustó al leer las cuatro y cuarto. ¿Cuanto tiempo hacía que no veía las cuatro y cuarto? Pensando en su última guardia, se pegó una ducha rápida y se atravió con el uniforme negro que le correspondía. Con paso torpe atravesó el buque para presentarse en la oficina del capitán, quien, para su sorpresa, estaba despierto y fresco como una lechuga.
-Descanse, muchacho- saludó con su extraña familiaridad distante, atravesándole con la mirada- Sé que resultará extraño para tí, pero nuestra na ción requiere de tus servicios ahora.
-Creí que no se planteaba la posibilidad de ninguna batalla hasta nuestro desembarco, señor- inquirió Garland, extrañado.
-No estoy hablando de la batalla propiamente dicha. Verás, un grupo de soldados de élite viajan en incógnito entre nosotros. Tienen una misión muy concreta y se me ha encargado su custodia, aunque no responden ante mí. De todos modos...
-No estaba al tanto de la situación, señor.
-Viajan de incógnito para todos. De hecho, yo tampoco debería de saber que están aquí si no fuera porque requieren de mi ayuda. En teoría, ellos deberían de desembarcar mañana por la noche para llevar a cabo su misión, de la cual tampoco estoy al tanto. Nuestra idea era hacerlos pasar por enfermos, manteniéndolos en cuarentena hasta el desembarco, donde tendrían que reunirse con nosotros como si hubieran salido de sus camarotes. El problema es que uno de ellos... en fin, ha caído enfermo de verdad y está completamente incapacitado para seguir adelante. En vista de la situación, han solicitado la ayuda de algún sujeto con un historial destacado. Iría yo mismo, pero como comprenderás, no puedo abandonar mis obligaciones así como así.
-Me honra que destaque mi historial, señor- comentó Garland, sintiéndose bastante halagado.
-Es más que eso. De todos nuestros reclutas eres el único que, aún siendo incapaz de emplear la magia, ha sido promocionado al rango de Mago de Batalla. Y aunque las malas lenguas aseguran que se debe a la posición de tu madre en el Imperio...
-Ejem...
-... yo sé perfectamente que ni el más aventajado de tus compañeros sería capaz de batirte en un duelo limpio. De hecho, creo recordar que ningún mago te ha tumbado hasta la fecha- Garland se hinchó con orgullo-. Y es precisamente eso lo que te hace tan valioso en nuestra lucha contra los dragones.
-Gracias, señor. Tomaré esta misión con el entusiasmo que se espera de mí.
-Eso esperaba oír. Ahora acompáñame. Tus nuevos compañeros te darán más detalles.
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Humanidad (II)
Tras unas cuantas horas desplumando, Arcant decidió volver a casa con su hijo. En el camino, mientras contaba las monedas que había conseguido, Arcane le tiró de la manga.
-Papá...
-¿Hum?
-¿Puedo ir al bosque a jugar con los chicos?-preguntó el niño.
-Sí, sí -respondíó su padre, distraído y ligeramente extrañado.
Arcane marchó en dirección opuesta, hacia el bosque de Agarta. Aunque a sus once años no era un muchacho muy sociable, tres chicos del pueblo habían insistido en que les acompañara a explorar la cueva del Bardo, conocida por la curiosa melodía que el viento entonaba desde alguna abertura en su interior.
-¡Eh, Arcane! ¡Aquí!
Después de un buen rato caminando, había llegado a la puerta de la cueva, donde Trisien, un muchacho larguirucho, le había citado junto con sus colegas Azur y Vermes, ambos gemelos. Los tres llevaban lamparas de aceite, detalle en el que Arcane no había pensado.
-¿Estás listo para codearte con los mayores?- comentó el primero, dandole unos golpes amistosos en el hombro.
-Sí, pero... yo no traje ninguna lámpara.
-Bah, no te preocupes-lo tranquilizó Vermes-, con estas tres nos llega de sobras. ¿Vamos entonces?
Así los tres encendieron sus lámparas penetraron en la oscuridad de la cueva. Aunque Arcane no se fiaba demasiado de ellos, el que no intentaran darle ningún susto le tranquilizó y se sintió más seguro, al menos hasta que llegaron a un rellano en la roca con cuatro salidas. Allí los chicos se detuvieron.
-Si seguimos más adelante, no sabremos como volver.-dijo Azur.
-¡Eh, Arcane! ¿Que te parece si jugamos a un juego?-propuso Trisien.
-¿Aquí?
-Claro, si no jugásemos aquí no tendría gracia. Tienes que cerrar los ojos y dar varias vueltas contando hasta diez. Si cuando los abras sabes cual es la entrada por la que hemos venido, vendrás con nosotros a dormir a mi cabaña esta noche. ¿Que te parece?
-¡Vale!-respondió Arcane sin dudarlo. Los juegos de azar se le daban muy bien, así que sería una buena oportunidad para impresionarles y de paso, hacer un par de amigos.
Arcane empezó a dar vueltas, contando hasta diez y manteniendo siempre los ojos cerrados. Sabía que cuando los abriera, su mente le indicaría la puerta correcta nada más verla. Sin embargo, cuando abrió los ojos, ni se encontró a sus compañeros ni las puertas ni nada. Solo oscuridad.
-¿Chicos? Preguntó asustado.
-¡Esto por ayudar a tu padre a hacer trampas en la taberna!-dijo una voz que no parecía venir de ninguna parte.
No entendiendo bien por qué habían tomado con él el mal jugar de su padre, Arcane empezó a palpar las paredes de piedra, cada vez más agobiado. El pánico le inundó y empezó a dar vueltas por la sala hasta que un saliente le golpeó la espinilla, provocándole un doloroso pinchazo. En la oscuridad, se sentó abrazándose las piernas con cuidado de no tocar la herida y esperó, esperó durante lo que le parecieron horas cuando sin embargo no habían pasado ni quince minutos. De pronto, la famosa melodía de la cueva empezó a sonar; sin duda fuera se había levantado viento. En ese caso, habría una salida siguiendo el sonido, pensó Arcane. Tembloroso de frío o tal vez de miedo, empezó a avanzar siguiendo ese sonido. Palpando las paredes, se dio cuenta de que había dejado la sala; sin embargo, el suelo parecía empinarse cuesta abajo, inclinación que Arcane no recordaba al entrar. Aún así, continuó convencido de que encontraría otra salida más adelante. Caminó rato y rato, siguiendo la música, a veces gateando por la altura del techo, a veces caminando sin tocar ni siquiera las paredes de la cueva, como si se moviera por una gran galería de piedra. De este modo, fué confiandose a pesar de estar en la oscuridad hasta que dió un paso en falso. Y cayó. Cayó unos instantes en la oscuridad temiendo que moriría ahí abajo, olvidado por todos...
Hasta que llegó al agua. Ileso, empezó a dar vueltas pensando en lo grande que sería aquella laguna subterránea, que empezaba a concebir como un mar en la penumbra. Entonces, distinguió una luz, a unos veinte metros. Nadó hacia ella creyendo estar salvado, siempre siguiendo la música. La luz salía de otra galería en la piedra, por la que caminó mucho más tranquilo de poder ver el suelo que pisaba. Las paredes, de las que emergían cristales de cuarzo translúcidos, le otorgaban a aquella caverna un extraña e incomprensible belleza. Al final, Arcane se vió en una sala como la que había abandonado, una eternidad antes, pero con aquellas extrañas joyas de la naturaleza cubriendo sus paredes. Allí, sentado contra una pared, estaba la fuente de la famosa música por la que la cueva del Bardo era tan famosa. Un dragón. Pero no era un dragón como los que había visto cazar a los del pueblo, era mucho más pequeño, y parecía consumido. Apenas debía de medir tres metros, tres metros de escamas que casi rozaban los huesos. De su espesa melena blanca emergían dos cuernos negros, uno de ellos roto. En cuanto el dragón reparó en la presencia del muchacho, dirigió su atención hacia él, dejando de entonar aquella música fantasmal que emergía de su garganta. Sin abrir los ojos, habló.
-Este olor... me suena... ¿sois humano o demonio?
-...-Arcane no respondió, empequeñecido ante la majestruosidad de su anfitrión.
-¿No teneis lengua, mortal?-se quejó, dejando escapar un suspiro de impaciencia que más bien se antojó de tristeza.
-Humano, señor... Mi nombre es Arcane, señor...
-Ya veo... ¿Que tal están las cosas ahí fuera, humano?
-Yo... no lo sé, señor... solo soy un niño...
-Una cría... Vaya, después de siglos sin saber nada de otro ser vivo, y la única visita que recibo es la de una cría, una cría humana...
-Yo... lo siento, señor.
-No os disculpeis , muchacho. Una vez una mujer de tu especie me demostró que los humanos teneis mucho que enseñar, incluso a seres que un día nos creímos inmortales. Veo en vuestra mente que tan solo el hecho de que sepa hablar os sorprende.
-Esto... así es, señor...
-Sí, sí, veo en vuestros recuerdos que solo has conocido a mis congéneres más salvajes... desgraciados productos de un deber ya olvidado... quedan pocos como yo, muchacho. Y estoy seguro de que hace muchos años que ningun humano entra en contacto con uno de ellos como ahora...
-Señor... no sé... ¿puedo preguntarle quien sois?
-Claro que podeis, chico, pues ambos somos compañeros de celda ahora. Mi nombre es Garland, Guardián del Tiempo y uno de los doce Discípulos de Tiamant... aunque a estas alturas solo debemos de quedar cinco, a lo sumo -suspiró-. Pero más bien, os preguntais qué hago aquí... sí, sois como un libro abierto para mí, joven. Hace muchos siglos uno de tus congéneres, una mujer llamada Eva, consiguió hacerme ver lo positivo de vuestra especie. Aunque los protodragones somos seres prácticamente asexuados, esa mujer me lo demostró cautivando mi alma. Y, transmutando mi propio cuerpo en una forma humana, tuve mi primer y último descendiente con ella. Y fué él quien me condenó a una eternidad de olvido aquí, respirando cada bocanada de aire como si fuera la última. No puedo morir, pero es como si estuviera muerto.
-Lo siento mucho, señor...
-No necesito vuestra compasión, cachorro humano. Pero... puedo ver en vos algo. Teneis un talento para nuestro arte. Veo que vuestro padre está pervirtiéndolo con su avaricia...
-¿Talento, señor...?-inquirió Arcane, entre asustado y fascinado.
-Un talento que compartes con nosotros. Serías un magnífico recipiente para mi legado. ¿Querrías heredar mi sabiduría y poder? Vos escaparíais de una terrible muerte en este agujero y para mí sería una forma de devolver mi presencia a la superficie.
Aquella noche, la cueva del Bardo detuvo su canción para siempre.
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Humanidad (I)
-¿Y bien, muchacho?- le susurró Arcant.
Arcane no dudó. Con una afirmación de cabeza, corroboró las instrucciones que Arcant, su padre, le susurrado horas antes, en su casa. En aquella época en que los pueblos no se veían movilizados por amenazas externas y vivían en paz en su aislada organización, los juegos de taberna eran el único pasatiempo que consumía su existencia. Y el mejor jugador, cuya suerte retaban todos era Arcant. El hombre más rico del pueblo de Agarta. Una fortuna reunida casi exclusivamente gracias a la extraña habilidad de su hijo Arcane para manipular los dados. Una habilidad completamente anodina.
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