El Hambre

viernes, 30 de mayo de 2008

La luz se filtra a través de las algas. Estoy solo. ¿Cómo no estarlo, siendo temido como lo soy? Mi enorme cuerpo se abre paso por la llanura, tan lejos de la claridad que la vida aquí está ausente. Y con mi presencia, la desolación es total. Necesito comer, pero las presas huyen de mí despavoridas. Solo cuando la furia me invade encuentro alimento, el estruendo de las armas de quienes combaten por su vida me irrita sobremanera. Es entonces cuando acudo raudo a poner fin al enfrentamiento; sin vencedores, todos son víctimas. Y solo en esas ocasiones puedo comer, de modo que he aprendido a buscar las orgullosas islas que cruzan mi mundo como si fuera suyo.

No los soporto. Pero gracias a ellos como; ellos, que me temen más que las criaturas de aquí abajo, los reyes de la creación, ellos son quienes me dan comida y, a pesar de ello, siguen buscando mi furia. Mis brazos, mis numerosos brazos, se abren paso destruyéndolo todo, tomando víctimas y trayéndolas a mi presencia, en un juicio en que todos son declarados culpables. Tienen miedo. Pero no conozco la piedad: el hambre me invade. No conozco la saciedad: nunca es suficiente. Y, único y primigenio, vivo mereciendo más morir, pero el hambre lo ocupa todo. El hambre, implacable, me guía.

Yo soy el rey aquí. Mi pueblo, mi tripulación. Mi patria, el mar. Allá estallan cruentas guerras por un poco más de tierra, mientras yo tengo aquí por mío cuanto abarca mi vista.

Pero hay quienes no conformes con su tierra acuden a arrebatarme lo que es mío. Y yo, que lucho más por mi vida que por el honor, veo como sus rostros se contraen en una mueca de pavor a mi grito:

-¡Al abordaje!

Dulce es ver cómo quienes tratan de arrebatarte tu libertad se hunden en ella. Cañonazos, golpetazos, sablazos, patadas, puñetazos, cortes, tajos. Su lenguaje se compone básicamente de esto. Y yo, como buen anfitrión, les respondo en su misma lengua. Pero incluso en el reino de la libertad hay cosas que nunca uno alcanza a comprender. Y eso es algo que comprendí cuando, mientras defendía mi única pertenencia, uno de mis hermanos, unido a mí por nuestra propiedad, se acercó a mí con estas verbas en boca:

-¡Capitán! ¡El mar tiembla!