miércoles, 9 de noviembre de 2011

Lo que la gente percibe como el milagro de la magia es sencillamente una hábil combinación entre comprensión y manipulación. Lo que hace a los artífices del mundo, o comunmente llamados “magos” tan especiales es sencillamente una característica hereditaria muy escasa. Solo descendientes de artífices tienen alguna posibilidad de llegar a ser considerados como tal. Y el primer paso para ello es ser consciente de que la “magia”, de por sí, no existe. Lo que llamamos magia solo es la consecuencia de un proceso; un proceso, como ya he escrito, basado en la comprensión. Sin embargo, este es un tratado sobre magia, así que tendremos que empezar por darle una definición concreta sobre la que asentarse. Para ello hay que remontarse al mencionado proceso.

Este proceso se desarolla en un ambiente formado por dos objetos: el “uno” y el “todo”, entendiendo por “uno” el artífice y por “todo”, el conjunto de las fuerzas del mundo y el mundo en sí. Ambos se encuentran relacionados por la magia. Un artífice experimentado ha de percibir el mundo y sus fuerzas como parte de sí mismo para poder tallarlo. El presente volumen se haya dedicado por entero al estudio de este punto en particular. Más allá de esto, habiendo sido capaz de percibir el “todo” como parte del “uno”, el artífice debe comprender y conocer este “uno” tal y como conoce las líneas de sus manos (vol II). Este proceso requiere tiempo y dedicación, pues el conocimiento de las fuerzas es algo realmente costoso, más a nivel psicológico que intelectual, ya que estas fuerzas han de ser interiorizadas, y su manipulación (vol III), necesariamente ha de acabar siendo una capacidad tan natural como el habla. Este último paso, una vez habiendo superado el segundo requisito, resulta relativamente sencillo al ser un proceso práctico en su totalidad, cuyo conocimiento solo puede ser transmitido a través de un artífice experimentado.

Habiendo hecho un esbozo de todo el proceso que desgranaremos en lo sucesivo, podemos concluir que la única definición posible y fiable para el fenómeno de la magia es sencillamente la de “fuerza”. Más concretamente, “fuerza dedicada a la manipulación de las fuerzas”

Cabe señalar que incluso los seres completamente incapaces de manipularla, experimentan la magia. Muchos autores consideran este fenómeno de continua experimentación como “vida”. El presente tratado estudia esta postura de forma escéptica, considerando este fenómeno sencillamente como “presencia”, ya sea viva o inerte.

Disfrute de la lectura.


Tratado sobre Magia Práctica para artífices principiantes, volumen I: Prólogo
Conde Duque Pascal Van Orpheos, Arcanis 1219

Tren

sábado, 5 de noviembre de 2011

-¿En qué piensas?

Matoya le miró, pasivo, solo para volver a fijar la vista en cielo gris y lloroso que seguía al tren. Se tomó su tiempo para responder con tristeza.

-En nada. No tengo nada en qué pensar. Ojalá.

A diferencia de Matoya, Garland se encontraba de pie, apoyado a la pared, sin ofrecer el más mínimo interés en el exterior del tren. Sonreía con aquella desconcertante sonrisa de niño travieso que tan nervioso ponía a su compañero, quien parecía haberse contagiado de la eterna tristeza del cielo de las Tierras Grises. En su constante vagabundeo por el mundo, Matoya había pasado en varias ocasiones por las Tierras Grises. Algo le solía llamar al norte de aquel país fantasma, pero nunca encontró nada salvo un hombre al que solía visitar, en la costa. Lo más parecido a un amigo que solía tener, hasta que de forma desconcertante Garland llegó a su vida. Sin saber muy bien por qué, aquel chico tan sumamente inmaduro le inspiraba cierta simpatía; sobre todo porque aún a pesar de su juventud parecía tener muy claras demasiadas cosas.

.

martes, 18 de octubre de 2011

Estaba solo. De pie, desafiando el vértigo, ante el abismo sin fin. Quiere abandonarse a la gravedad, pero el miedo lo paraliza. No sabe lo que ocurrirá si se abandona. Despues de todo, el abismo no tiene un fondo que temer. Y, sin embargo, es incapaz...

-¡Nero!-estalló una voz familiar- ¡El capitán te requiere!
-¿Damos?-dijo Garland, desperezándose- ¿Tienes idea de que hora es?
-No lo sabes ni tú. Anda, apura, que he tenido que abandonar la guardia para avisarte y el jefe se mosquea... Y date una ducha, que mi perro huele mucho mejor.

Aún no había amanecido. Garland echó un vistazo al reloj y se disgustó al leer las cuatro y cuarto. ¿Cuanto tiempo hacía que no veía las cuatro y cuarto? Pensando en su última guardia, se pegó una ducha rápida y se atravió con el uniforme negro que le correspondía. Con paso torpe atravesó el buque para presentarse en la oficina del capitán, quien, para su sorpresa, estaba despierto y fresco como una lechuga.

-Descanse, muchacho- saludó con su extraña familiaridad distante, atravesándole con la mirada- Sé que resultará extraño para tí, pero nuestra na ción requiere de tus servicios ahora.
-Creí que no se planteaba la posibilidad de ninguna batalla hasta nuestro desembarco, señor- inquirió Garland, extrañado.
-No estoy hablando de la batalla propiamente dicha. Verás, un grupo de soldados de élite viajan en incógnito entre nosotros. Tienen una misión muy concreta y se me ha encargado su custodia, aunque no responden ante mí. De todos modos...
-No estaba al tanto de la situación, señor.
-Viajan de incógnito para todos. De hecho, yo tampoco debería de saber que están aquí si no fuera porque requieren de mi ayuda. En teoría, ellos deberían de desembarcar mañana por la noche para llevar a cabo su misión, de la cual tampoco estoy al tanto. Nuestra idea era hacerlos pasar por enfermos, manteniéndolos en cuarentena hasta el desembarco, donde tendrían que reunirse con nosotros como si hubieran salido de sus camarotes. El problema es que uno de ellos... en fin, ha caído enfermo de verdad y está completamente incapacitado para seguir adelante. En vista de la situación, han solicitado la ayuda de algún sujeto con un historial destacado. Iría yo mismo, pero como comprenderás, no puedo abandonar mis obligaciones así como así.
-Me honra que destaque mi historial, señor- comentó Garland, sintiéndose bastante halagado.
-Es más que eso. De todos nuestros reclutas eres el único que, aún siendo incapaz de emplear la magia, ha sido promocionado al rango de Mago de Batalla. Y aunque las malas lenguas aseguran que se debe a la posición de tu madre en el Imperio...
-Ejem...
-... yo sé perfectamente que ni el más aventajado de tus compañeros sería capaz de batirte en un duelo limpio. De hecho, creo recordar que ningún mago te ha tumbado hasta la fecha- Garland se hinchó con orgullo-. Y es precisamente eso lo que te hace tan valioso en nuestra lucha contra los dragones.
-Gracias, señor. Tomaré esta misión con el entusiasmo que se espera de mí.
-Eso esperaba oír. Ahora acompáñame. Tus nuevos compañeros te darán más detalles.

Humanidad (II)

jueves, 15 de septiembre de 2011

Tras unas cuantas horas desplumando, Arcant decidió volver a casa con su hijo. En el camino, mientras contaba las monedas que había conseguido, Arcane le tiró de la manga.

-Papá...
-¿Hum?
-¿Puedo ir al bosque a jugar con los chicos?-preguntó el niño.
-Sí, sí -respondíó su padre, distraído y ligeramente extrañado.

Arcane marchó en dirección opuesta, hacia el bosque de Agarta. Aunque a sus once años no era un muchacho muy sociable, tres chicos del pueblo habían insistido en que les acompañara a explorar la cueva del Bardo, conocida por la curiosa melodía que el viento entonaba desde alguna abertura en su interior.

-¡Eh, Arcane! ¡Aquí!

Después de un buen rato caminando, había llegado a la puerta de la cueva, donde Trisien, un muchacho larguirucho, le había citado junto con sus colegas Azur y Vermes, ambos gemelos. Los tres llevaban lamparas de aceite, detalle en el que Arcane no había pensado.

-¿Estás listo para codearte con los mayores?- comentó el primero, dandole unos golpes amistosos en el hombro.
-Sí, pero... yo no traje ninguna lámpara.
-Bah, no te preocupes-lo tranquilizó Vermes-, con estas tres nos llega de sobras. ¿Vamos entonces?

Así los tres encendieron sus lámparas penetraron en la oscuridad de la cueva. Aunque Arcane no se fiaba demasiado de ellos, el que no intentaran darle ningún susto le tranquilizó y se sintió más seguro, al menos hasta que llegaron a un rellano en la roca con cuatro salidas. Allí los chicos se detuvieron.

-Si seguimos más adelante, no sabremos como volver.-dijo Azur.
-¡Eh, Arcane! ¿Que te parece si jugamos a un juego?-propuso Trisien.
-¿Aquí?
-Claro, si no jugásemos aquí no tendría gracia. Tienes que cerrar los ojos y dar varias vueltas contando hasta diez. Si cuando los abras sabes cual es la entrada por la que hemos venido, vendrás con nosotros a dormir a mi cabaña esta noche. ¿Que te parece?
-¡Vale!-respondió Arcane sin dudarlo. Los juegos de azar se le daban muy bien, así que sería una buena oportunidad para impresionarles y de paso, hacer un par de amigos.


Arcane empezó a dar vueltas, contando hasta diez y manteniendo siempre los ojos cerrados. Sabía que cuando los abriera, su mente le indicaría la puerta correcta nada más verla. Sin embargo, cuando abrió los ojos, ni se encontró a sus compañeros ni las puertas ni nada. Solo oscuridad.

-¿Chicos? Preguntó asustado.
-¡Esto por ayudar a tu padre a hacer trampas en la taberna!-dijo una voz que no parecía venir de ninguna parte.

No entendiendo bien por qué habían tomado con él el mal jugar de su padre, Arcane empezó a palpar las paredes de piedra, cada vez más agobiado. El pánico le inundó y empezó a dar vueltas por la sala hasta que un saliente le golpeó la espinilla, provocándole un doloroso pinchazo. En la oscuridad, se sentó abrazándose las piernas con cuidado de no tocar la herida y esperó, esperó durante lo que le parecieron horas cuando sin embargo no habían pasado ni quince minutos. De pronto, la famosa melodía de la cueva empezó a sonar; sin duda fuera se había levantado viento. En ese caso, habría una salida siguiendo el sonido, pensó Arcane. Tembloroso de frío o tal vez de miedo, empezó a avanzar siguiendo ese sonido. Palpando las paredes, se dio cuenta de que había dejado la sala; sin embargo, el suelo parecía empinarse cuesta abajo, inclinación que Arcane no recordaba al entrar. Aún así, continuó convencido de que encontraría otra salida más adelante. Caminó rato y rato, siguiendo la música, a veces gateando por la altura del techo, a veces caminando sin tocar ni siquiera las paredes de la cueva, como si se moviera por una gran galería de piedra. De este modo, fué confiandose a pesar de estar en la oscuridad hasta que dió un paso en falso. Y cayó. Cayó unos instantes en la oscuridad temiendo que moriría ahí abajo, olvidado por todos...

Hasta que llegó al agua. Ileso, empezó a dar vueltas pensando en lo grande que sería aquella laguna subterránea, que empezaba a concebir como un mar en la penumbra. Entonces, distinguió una luz, a unos veinte metros. Nadó hacia ella creyendo estar salvado, siempre siguiendo la música. La luz salía de otra galería en la piedra, por la que caminó mucho más tranquilo de poder ver el suelo que pisaba. Las paredes, de las que emergían cristales de cuarzo translúcidos, le otorgaban a aquella caverna un extraña e incomprensible belleza. Al final, Arcane se vió en una sala como la que había abandonado, una eternidad antes, pero con aquellas extrañas joyas de la naturaleza cubriendo sus paredes. Allí, sentado contra una pared, estaba la fuente de la famosa música por la que la cueva del Bardo era tan famosa. Un dragón. Pero no era un dragón como los que había visto cazar a los del pueblo, era mucho más pequeño, y parecía consumido. Apenas debía de medir tres metros, tres metros de escamas que casi rozaban los huesos. De su espesa melena blanca emergían dos cuernos negros, uno de ellos roto. En cuanto el dragón reparó en la presencia del muchacho, dirigió su atención hacia él, dejando de entonar aquella música fantasmal que emergía de su garganta. Sin abrir los ojos, habló.

-Este olor... me suena... ¿sois humano o demonio?
-...-Arcane no respondió, empequeñecido ante la majestruosidad de su anfitrión.
-¿No teneis lengua, mortal?-se quejó, dejando escapar un suspiro de impaciencia que más bien se antojó de tristeza.
-Humano, señor... Mi nombre es Arcane, señor...
-Ya veo... ¿Que tal están las cosas ahí fuera, humano?
-Yo... no lo sé, señor... solo soy un niño...
-Una cría... Vaya, después de siglos sin saber nada de otro ser vivo, y la única visita que recibo es la de una cría, una cría humana...
-Yo... lo siento, señor.
-No os disculpeis , muchacho. Una vez una mujer de tu especie me demostró que los humanos teneis mucho que enseñar, incluso a seres que un día nos creímos inmortales. Veo en vuestra mente que tan solo el hecho de que sepa hablar os sorprende.
-Esto... así es, señor...
-Sí, sí, veo en vuestros recuerdos que solo has conocido a mis congéneres más salvajes... desgraciados productos de un deber ya olvidado... quedan pocos como yo, muchacho. Y estoy seguro de que hace muchos años que ningun humano entra en contacto con uno de ellos como ahora...
-Señor... no sé... ¿puedo preguntarle quien sois?
-Claro que podeis, chico, pues ambos somos compañeros de celda ahora. Mi nombre es Garland, Guardián del Tiempo y uno de los doce Discípulos de Tiamant... aunque a estas alturas solo debemos de quedar cinco, a lo sumo -suspiró-. Pero más bien, os preguntais qué hago aquí... sí, sois como un libro abierto para mí, joven. Hace muchos siglos uno de tus congéneres, una mujer llamada Eva, consiguió hacerme ver lo positivo de vuestra especie. Aunque los protodragones somos seres prácticamente asexuados, esa mujer me lo demostró cautivando mi alma. Y, transmutando mi propio cuerpo en una forma humana, tuve mi primer y último descendiente con ella. Y fué él quien me condenó a una eternidad de olvido aquí, respirando cada bocanada de aire como si fuera la última. No puedo morir, pero es como si estuviera muerto.
-Lo siento mucho, señor...
-No necesito vuestra compasión, cachorro humano. Pero... puedo ver en vos algo. Teneis un talento para nuestro arte. Veo que vuestro padre está pervirtiéndolo con su avaricia...
-¿Talento, señor...?-inquirió Arcane, entre asustado y fascinado.
-Un talento que compartes con nosotros. Serías un magnífico recipiente para mi legado. ¿Querrías heredar mi sabiduría y poder? Vos escaparíais de una terrible muerte en este agujero y para mí sería una forma de devolver mi presencia a la superficie.



Aquella noche, la cueva del Bardo detuvo su canción para siempre.

Humanidad (I)

miércoles, 3 de agosto de 2011

-¿Y bien, muchacho?- le susurró Arcant.

Arcane no dudó. Con una afirmación de cabeza, corroboró las instrucciones que Arcant, su padre, le susurrado horas antes, en su casa. En aquella época en que los pueblos no se veían movilizados por amenazas externas y vivían en paz en su aislada organización, los juegos de taberna eran el único pasatiempo que consumía su existencia. Y el mejor jugador, cuya suerte retaban todos era Arcant. El hombre más rico del pueblo de Agarta. Una fortuna reunida casi exclusivamente gracias a la extraña habilidad de su hijo Arcane para manipular los dados. Una habilidad completamente anodina.

El adiós de la infancia

jueves, 28 de julio de 2011

-Adiós, señor Parquiss- se despidió un joven Garland.
-Nos vemos, muchacho-correspondió el señor Parquiss-. Ven a visitarnos de vez en cuando.
-Claro, señor-dijo Garland, convencido de que no volvería a pisar aquella casa de cría nunca más.

Aún así, sintió un pequeño pinchazo de tristeza al atravesar el jardín, congelado por la helada de la madrugada, y abandonar aquel lugar en el que había vivido los primeros quince años de su vida. No había hecho muchos amigos ya que la mayoría de los muchachos que llegaban a aquel lugar lo hacían por desinterés de sus padres o forzados por su situación. Así, él no podía entender cómo se sentían, ya que, aunque conocía a su madre, se había criado entre aquellos muros desde que recordaba. Y su madre... en fin, nunca era un placer verla. Por suerte solo se pasaba una o dos veces cada tres meses. Y hoy, si todo salía como esperaba, sería la última vez que la viera en mucho tiempo...

Llegó a la puerta de la entrada. Allí esperaba Hvid, su madre; la juez Ibenholt, ante una pequeña diligencia con el escudo del Imperio. Sin mirarle y haciendo anotaciones en un cuaderno, le indicó con un leve gesto de la mano que entrara en el carro. Garland agachó la cabeza, esquivando su mirada y se acomodó dentro con su petate.

Su madre entró y, por primera vez, sus miradas se cruzaron. Como siempre, Hvid escudriñaba los ojos del joven Garland, analizandolos, como si intentase intuir algo en ellos, costumbre que Garland detestaba. El carro se puso en marcha y Garland intentó romper el silencio como buenamente pudo.

-Veo que seguís ascendiendo en el escalafón madr... jueza Ibenholt.
-Así es, muchacho-comentó Hvid, relajando un poco el gesto; aún así, seguía mirándole con dureza, con aquellos ojos azulados que parecían estar taladrándole el cráneo- Espero que durante tu formación militar aprendas el valor del esfuerzo y la perseverancia mediante la disciplina. Algo que resulta evidentemente necesario en tu educación-añadió con una mirada reprobatoria, con toda seguridad, lamentando el aspecto desharapado del que tenía la obligación de llamar “su hijo”.
-Y así lo haré, señora- se resignó Garland ante ella, sabiendo que cuando saliese de allí no cambiaría sus costumbres ni un ápice.


Durante el trayecto no volvieron a comentar gran cosa más. Lo único que Garland lamentó fue no poder sentarse más lejos de aquella mujer cuya aura de severidad y poder a partes iguales le oprimía la garganta como una soga. Cuando llegaron a la Academia ya a media mañana, en Tierras Grises, el alivio de Garland fue infinito. Se bajó del carro despidiéndose con un seco “adiós”.

-Espero que la próxima vez que nos veamos te hayas convertido en un hombre hecho y derecho, chico-se despidió su madre con una ligera nota de desprecio.

“Y yo espero que tú te hayas convertido en la bruja ebria de poder que aspiras ser” pensó Garland, pero no se le ocurrió mencionarlo. En la puerta de la academia había bastantes muchachos de su edad y un poco mayores haciendo cola para fichar. En tiempos de guerra no paraban de salir nuevos reclutas de academias como esta para cubrir las numerosas bajas, cortesía del eterno conflicto entre humanos y dragones. Garland agarró su petate y se puso a la cola, como uno más. En el futuro, su papel sería bien distinto del de los demás.

Reencuentro

martes, 19 de julio de 2011

Otra noche bulliciosa en las calles de Cornelia. Esta ciudad continental está dividida en seis grupos de barrios muy delimitados: el Centro, zona elevada sobre la que se levantan los grandes rascacielos como flechas tratando de atravesar la bóveda celeste; bajo estos se extiende el complejo entramado de los suburbios subterraneos, que alternan intrincadas callejuelas con grandes espacios abiertos sobre los cuales la impenetrable oscuridad es la única barrera que los separa de la superficie. Un gran número de soportes evita que todo se hunda sobre los pobres desgraciados incapaces de pagarse una casa en la superficie ni en los barrios periféricos de la ciudad, en los cuales podemos distinguir la antigua ciudad al norte, los arrabales del este, la zona comercial en el sur y el centro comercial (un amasijo de comercios propiedad de las grandes corporaciones asentadas en el centro, resultado del boom económico acontecido tras la abolición de la magia) al oeste.

En los fríos y oscuros suburbios subterráneos existe un pequeño antro llamado el Abrevadero. Un local iluminado por una luz tenue. Un muchacho de cabellos grisáceos y rasgos delicados entra; como dicta la norma en este tipo de locales, deja su pequeña espada al cuidado de la armera. Mientras atraviesa la estancia se fija en un tipo de apariencia joven en la barra; por su aspecto, no debía de tener dos años más que él.

Por su aspecto.

El muchacho se sienta en una esquina y pide un gin tonic sin dejar de mirar a aquel tipo. Otro individuo de cabello negro y aspecto chulesco se encontraba en el lado opuesto a él, sentado en un sofá junto con una chica que jugueteaba con su flequillo. Él, haciendo caso omiso de ella, charlaba distraídamente con un hombre barbudo de avanzada edad y mirada ambarina. “Otro agente, tan inútil como los demás”, pensó el muchacho. Devolvió su mirada al tipo de la barra y lo sorprendió mirándole. El tipo se apresuró a desviar la mirada, pero el muchacho había descubierto lo que quería: era él. Despues de que le sirvieran una copa de ginebra con tónica, se acercó a la barra y se sentó a su lado.

-Whisky, ¿eh?-comentó el muchacho, como quien no quiere la cosa- ¿que hace un chico de tu edad bebiendo algo tan fuerte?
-¿Que hace un chaval de tu edad juzgando mi tolerancia al whisky?-preguntó él, de mala gana.
-Tengo más edad de la que aparento, chico- “mucha más”, añadió para sí. Algo que resultaba difícil de creer, pues además de sus rasgos juveniles, el muchacho era básicamente bajito; entre eso y sus tez delicada, no aparentaba más de veinte años, siendo generoso-. Y bastante experiencia con borrachos. Pero tú eso ya lo sabes, ¿no, número cinco?
-¿Qué me acabas de llamar?- preguntó el otro, sorprendiéndose.
-Número cinco. Tú y yo sabemos a qué me refiero- dejó caer el muchacho, alzando la mano de su interlocutor y observando el cinco tatuado en su palma.
-¡Suéltame!- se espantó aquel tipo; ya fuera fuera por efecto del alcohol o de lo extraño en la actitud del muchacho (o tal vez ambas cosas), no pudo disimular una extraña curiosidad mezclada con un sano temor-. ¿Qué sabes tú de mi que yo no sepa?- preguntó, un poco más relajado.
-Todo lo que necesitas saber; o al menos está en mi mano saberlo. Nos conocimos hace ya tiempo, pero tú de eso ya no te acordarás. ¿Cinco años ya? ¡Vaya, hay que ver como pasa el tiempo!- comentó dandole un pequeño golpe en el hombro-. No has cambiado casi nada desde aquel día. Pero tú de eso ya no te acordarás.
-Hum... me temo que no me suenas de nada- reflexionó el tipo, tocándose una pequeña perilla nacida de puro descuido.
-Tu nombre es Matoya. Naciste en las Tierras Grises, a saber hace cuantos años. Pasaste algún tiempo trabajando para un hombre llamado Angelo y su organización, básicamente un montón de fánáticos con un objetivo que aún a día de hoy desconozco, a la cabeza de los cuales estaba el propio Angelo y doce conej...

Algo en la mente de Matoya había reaccionado al oir su propio nombre y el de Angelo. En su mente empezaban a formarse imágenes confusas como las de alguien que intenta recordar un sueño absurdo y sin sentido. Y, de pronto, una chispa de ira irracional se encendió dentro de él. Extendió el brazo y una de sus hojas, Sombra, con su empuñadura de obsidiana, voló desde la armería hasta su mano, la cual, con un hábil movimiento, se precipitó hacia el cuello de su interlocutor sin intención de erirle, pero este ya había reaccionado y una hoja de hielo salida de ninguna parte se materializó en su mano deteniendo el borron oscuro que había sido Sombra.

-¿¡Quien puñetas eres!?- aquella chispa irracional había brotado en Matoya haciéndole perder totalmente la compostura; una conducta impropia en él.
-Oh, vamos, no hay necesidad de gritar- comentó el muchacho, frunciendo ligeramente el entrecejo, y sonrió- Pero veamos, si tu eres el número cinco... puedes llamarme cero.

Ambos se apartaron y entrechocaron sus hojas, sin tener ninguno la posibilidad de tocar al otro y a una velocidad sobrehumana. Al menos hasta que el tipo de aspecto chulesco se levantó y materializó una barrera de repulsión entre ellos.

-Ha sido divertido, chicos -soltó con un tono tan chulo como sugería su aspecto-, pero francamente, si ya tengo pocos clientes en mi bar, no me interesa que se maten entre ellos. Conque aire.

El que se había presentado como cero y Matoya intercambiaron una mirada y sonrieron de lado. Ambos pagaron, la armera les entregó sus espadas (Matoya recuperó la espada gemela de Sombra, Llama y ¿cero?su extraño ninjaken sin guardia, que envainado asemejaba tal cual un bastón adornado con extraños motivos). Acto seguido, se marcharon del local sin mediar palabra hasta que se hubieron alejado unos metros.

-Vale, ¿sabes que ese tipo lo que menos podría haber lamentado esta noche es una pequeña gresca entre clientes, no?-comentó Matoya riéndose.
-Vaya, aun con ese arrebato que te dió ahí dentro, fuiste observador. Eres un tipo perspicaz.
-¿Observador? Nadie que desconozca la magia sabe materializar una hoja de aire sólido en la mano, más aún sin congelarse los dedos.
-Bah, me sé trucos mejores-comentó el muchacho
-Yo solo sé manipular objetos sin tocarlos, y ni siquiera recuerdo quien me enseñó a hacerlo...
-Usar cualquier habilidad de este tipo en la superficie nos convertiría en fugitivos, lo sabes, ¿no?
-Si no lo supiera -se resignó Matoya- no frecuentaría estos antros oscuros y deprimentes donde la gente ha olvidado hasta el color del cielo. Pero dime, ¿de qué me conoces?
-Todo a su tiempo. Si te interesa tu propia historia, ven conmigo. Es posible que aprendas algo. Y de paso, que tomes un poco el aire, este lugar está viciado...
-Ni siquiera sé tu nombre...
-Mi nombre no te dirá nada, al menos de momento. Pero si te interesa, me llamo Garland. Garland a secas.

El Maestro de Mentiras

lunes, 27 de junio de 2011

El imperio de los dioses. Hechiceros creadores, destructores, una tierra de magia y maravillas allende la imaginación. Y, bajo sus vastos dominios, el Rey de los Dioses, el eterno emperador, vigila. Sobre su trono tallado en piedra, todo lo ve, sin ver. Su armadura, vacía. No tiene rostro. De su máscara de pesadilla emergen dos cuernos, marca de poder. No un poder sin mácula. Una mezcla de magias corruptas y divinas conforman lo que en otro tiempo fue su cuerpo, el cual ya ha olvidado. Su alma permanece en la que en otro tiempo fué su armadura de guerra. Pero hoy, las guerras mortales ya no le interesan. Una capa negra cuelga del trono. Sus dos grandes manos sujetan sus brazos, en un gesto de orgulloso desinterés. Algo brilla en los ojos de la máscara, un resplandor que nunca tiene el mismo color. Un resplandor que delata su ánimo, un vestigio de su humanidad perdida. Pocos conocen su existencia. Los “reyes” que ocupan el trono en la superficie desearían no conocerla. Pues hasta la fecha, no ha existido ningún humano con confianza suficiente como para contradecir a Arcanis.

Nadie ha hablado de dragones.

miércoles, 11 de mayo de 2011

La ventisca arreciaba. El cazador avanzaba con dificultad por el hielo y la nieve tapándose la cara con un brazo; a pesar del frío, llevaba ambos brazos descubiertos y el izquierdo lucía un ostentoso brazalete dorado que le llegaba hasta los nudillos. Su andrajoso abrigo y su melena desgreñada bailaba al son de la montaña mientras sus dos aceros se entrechocaban. De repente, su pie tropezó con algo que no parecía una roca. Su mirada se encontró con un joven desharapado tendido en la nieve. Sorprendido, el cazador sacó una capa de su fardo y envolvió al muchacho en ella, echándoselo al hombro con su brazo dorado. Como si nada hubiera pasado, continuó su penosa marcha a través de la nieve.

El vencido despertó sobre un lecho de piedra, rodeado de oscuridad. Una voz grave le despertó.

-Antes de nada, chico-preguntó el cazador-, ¿quien eres y que hacías tirado en el monte Cocito en mitad de una ventisca?
-No lo... no lo sé... ¿donde estoy? ¿quien soy? ¿Quien eres tu?
-No tengo ni idea de quien eres, pero seguimos en el Cocito, esperando a que la ventisca amaine en esta gruta; en cuanto a mí, mi nombre es Abadón. Cazo demonios.
-¿Demonios?-se extrañó el vencido, si ser capaz de meterse en situación.
-Es evidente que no sabes ni en qué planeta estás. ¿No recuerdas tu nombre siquiera?
-No... no soy capaz de verte la cara.
-No he podido encontrar madera en esta ventisca, habrá que esperar en la penumbra.
-Creo... creo que puedo...- el muchacho palpó el suelo hasta encontrar un guijarro.

Aplicando una extraña fuerza que no sabía muy bien de donde salía, el guijarro estalló en llamas y rodó hacia el centro de la estancia. Tanto Abadón como el vencido se sorprendieron del portento. Sin embargo, lejos de asustarse como su compañero, Abadón sonrió.

-Creo que llamaré Lux Fero.
-¿Lux Fero?-inquirió el vencido- ¿Qué significa?
-"Portador de luz"-comentó Abadón-, en una antigua lengua que ya a nadie le importa.

Entrevista con el Maestro

miércoles, 26 de enero de 2011

-Sí, era una auténtica maravilla- respondió el maestro Pontos-. El mejor alumno que he tenido desde que fui nombrado Alto Mando del ejército. A pesar de su nula capacidad para la magia, ningún otro alumno de la academia militar fue capaz de vencerle jamás-comentaba con admiración-. ¡Que hábil, que ágil, que contundencia en sus embates! Incluso acabó por superarme a mí. Claro que no soy el que era, pero por aquel entonces aún conservaba algo del poder que me hizo ganarme este puesto en mi juventud.
-¿En qué circunstancias desapareció?- inquirió el joven agente, curioso.
-Un hombre de su capacidad debía de ser tenido en cuenta para misiones de alto rango. A él se le fue encomendada la tarea de destruir al principal enemigo del reino, el responsable del nuevo Orden Dragoniano, Tiamat, el Rey Dragón. Aun en época de paz, su presencia resultaba irritante para el Gran Juez y sus planes de expansión. Sin embargo, lo último que se sabe acerca de él en aquella misión es que atravesó las fronteras. El resto es un misterio incluso para los dragones del Orden, pues según he oído, pasó completamente desapercibido ya en sus territorios.
-Ya veo… ¿Tiene idea de cual puede ser su paradero en estos momentos?
-Hum…-el general maestro meditó unos instantes- Nunca llegué a conocerle tanto como para adivinar que se rebelaría contra el Reino de esta manera. Todo lo que hacía parecía ir enfocado a que su madre se sintiera orgullosa de él. No lo consiguió.
-¿Y que hay de su padre?
-Nada en absoluto. Su madre nunca le habló de él. De hecho, prácticamente no hablaban nunca. Ella siempre estuvo ocupada con su trabajo. Supongo que por eso en cuanto salió del orfanato lo metió en la academia militar.
-¿Por qué-inquirió el agente-, si no quería saber nada de su hijo, dio a luz?
-Me temo que eso solo lo sabe ella, muchacho. Yo cumplí mi cometido entrenándole, y desde luego, lo hice bien. Tal vez demasiado bien. Hubiera estado orgulloso en otro tiempo, pero con todo lo que ha sucedido, tengo la sensación de haber creado un monstruo.
-…
-¿Le ocurre algo, amigo?
-Nada- el agente agitó la cabeza- Pensaba en mis cosas-cerró el pergamino con sus notas, se lo metió en su túnica junto con la pluma y se levantó-. Muchas gracias por el té, señor Pontos.
-Lamento no haberle sido de gran utilidad, amigo- comentó Pontos, levantándose a su vez y estrechándole la mano al agente.
-Al contrario, Maestro, me ha sido usted de gran utilidad.
-Por cierto, ya sé que los agentes deben mantener su identidad en secreto, pero está usted hablado con un alto mando del ejército. Creo que podría usted confiarme su identidad para posibles futuras reuniones, ¿no es cierto? Después de todo, he pasado diez años de mi vida entrenando a Nero. Mis conocimientos sobre su técnica podrían resultar de utilidad para la investigación.
-No sobreestime su papel, señor Pontos-contestó el agente con cierto desdén-. Después de todo, ni usted ni nadie podía haber predicho su traición. Pero de todos modos, puede llamarme Nógard. Para posibles reuniones en el futuro- Nógard le guiñó un ojo a Pontos, quien quedó estupefacto ante tanta insolencia, y salió de la estancia con paso decidido.