Iudices Potenti, Iustitia Potentes

miércoles, 29 de diciembre de 2010

-En defensa de sí mismo, Nero Garland Ibenholt, acusado- sentenció la juez.
-Ya ves...-contestó este.
-En la ofensa, Lundaniam, afectado directo.

Un murmullo de desaprobación recorrió la sala cuando la jueza señaló con un gesto de la mano a un viejo y tullido dragón que observaba la escena desde una esquina. Aun a pesar de su mal estado, seguía resultando imponente con sus tres metros de altura, y su presencia en un juicio humano, inaudita. Lundaniam inclinó la cabeza educada y respetuosamente.

- Nero Garland Ibenholt, ¿Jura, a partir de este momento, hablar en virtud de la verdad, ante la justicia, ante el Código y ante Dios?
-Que sí, que sí, ¿podemos ir al grano?
-¿Es usted Nero Garland Ibenholt, hijo de Hvid Ibenholt?
-Y de Grigio Garland, madre, como bien sabes-respondió Garland, insolente.

Una nueva oleada de murmullos recorrió la fila de los magistrados, esta vez más altos. En el centro del hemiciclo se encontraba Garland, de pie y envuelto en cadenas, sellado por un círculo de magia arcana preparado por la misma juez. La primera En la primera fila de las gradas se encontraban, buceando entre papeles, el jurado conformado por cinco Magistrados. A partir de ahí las gradas estaban vacías, exceptuando un par de periodistas y los clásicos cinco guardias encapuchados con sus correspondientes guadañas. Su presencia nunca resultaba necesaria, pero en esta ocasión se encontraban inquietos. La juez Ibenholt se encontraba sentada en el estrado, mientras la luz de la vidriera de su espalda re arrebataba destellos de plata a su canoso cabello. Aquella vidriera rezaba en arcano “Terra Dominos: Iudices Potenti, Iustitia Potentes”, o lo que es lo mismo,“Amos de Terra: Poderosos jueces, poderosa justicia”

-¡Silencio en la sala! Cíñase a las preguntas, por favor-lo recriminó la juez, fulminándolo con la mirada.
-Sí...”señoría”-añadió Garland con un intencionado tono despectivo al pronunciar el título.

La jueza suspiró exasperada, pero manteniendo el control.

-Y usted, Lundaniam, ¿Jura desde este instante hablar en virtud de la verdad ante la justicia y... ejem...?
-No se preocupe, señoría-por primera vez, Lundaniam habló con voz grave y profunda, que resultaba extrañamente cálida-. Aunque los de mi especie no compartamos la fe en que profesais en vuestro Código, puedo seguir jurando por cuanto es sagrado para mí.
-En ese caso, ¿lo hareis así?-abrevió la juez.
-Lo juro.

Toda la sala se encontraba en silencio, tensa, a excepción de Lundaniam y el propio Garland. El nerviosismo no entraba dentro de la naturaleza de un dragón, y en cuanto a Garland, parecía que el hecho de que estuviera a punto de ser condenado a muerte por su propia madre no le resultaba en absoluto llamativo ni interesante, pero su rostro reflejaba una pícara sonrisa.

De este modo comenzó el juicio, con Lundaniam relatando los hechos.

-Yo, Lundaniam el Guardián, fui un habitante del Cinturón. Toda una vida dedicada a la meditación en la Sierra Hueca, cerca de la frontera. Allí tanto Dragones como Humanos vivíamos en paz, un remanso de consenso en un mundo como el de hoy en día. La gran ciudad de Omnia concentraba todo este espíritu. Como muestra de nuestra buena fe ante vuestra especie, dedicamos las cuevas de aquellas montañas a la cría de las nuevas generaciones de Dragones, que crecerían entre los vuestros Aquella ciudad fue, desde hace quinientos años, un templo del saber, en el que Humanos y Dragones compartíamos nuestro conocimiento sobre la magia y el mundo. ¡Hasta que este individuo arrasó, el mes pasado, todo aquello junto con cientos de kilómetros cuadrados de superficie, usando artes prohibidas incluso para dragones milenarios como yo y quebrando la paz entre nuestras especies, la más duradera desde hace siglos, una paz frágil como la más frágil de las porcelanas!
-¿Que necesidad hay de gritar?-interrumpió Garland, de nuevo.
-Señor Garland, no tiene usted la palabra-lo recriminó la juez.
-Sí madr... “señoría”.

Lundaniam retomó su perorata.

-Señoría, como máximo guardián representante de mi especie en la ciudad de Omnia, y por tanto, guardián de la paz entre nuestras especies, puedo decir que este atentado transgrede por completo el Tratado, vulnerando no solo la confianza de nuestra especie, si no también hiriendo el honor de la vuestra y desatando sobre nuestro pueblo el terrible fuego de la guerra que...
-No estamos hablando-lo interrumpió uno de los hasta entonces silenciosos magistrados de la primera fila- de las consecuencias de este desgraciado suceso, que aunque todos lo condenamos, ha puesto las cartas sobre la mesa en lo que respecta a nuestros pueblos, ofensor -Garland sonrió sin volver la cabeza hacia el magistrado-. Intentamos acordar una pena acorde a la magnitud del genocidio perpetrado por este deshecho de hombre-miró con desprecio a Garland con sus enormes ojos grises haciendo un amago de escupir, pero se contuvo-, independientemente de la raza a la que pertenezca usted. Su presencia aquí solo es necesaria como ofensor imparcial al ser único testigo superviviente, conque ahórrenos el sermón sobre una guerra que ya es tarde para detener.
-Primero, magistrado Damien -intervino la juez Ibenholt-, su desprecio hacia los acusados ya ha quedado más que patente en todos los juicios en los que ha intervenido, pero gracias por recordárnoslo una vez más. Por otro lado, también creo que todos los presentes, incluido el señor Lundaniam, conocen su papel en esta sala, así que puede dejar de hacer intervenciones innecesarias y limitarse a votar cuando se le exija.
-Sí, señoría, lamento mi insolencia-se disculpó Damien agachando la cabeza como un perro humillado.
-Continúe, Lundaniam.

Lundaniam echó una mirada dura al magistrado, pero continuó sin alterarse.

-No es solo el hecho de haber acabado con miles de vidas lo que han de tener en cuenta sus señorías, pues serán muchas más las vidas segadas en esta guerra, consecuencia de semejante atrocidad. Pido por ello la máxima pena posible que contemplen sus leyes-la juez pareció estremecerse, pero en seguida reprimió el impulso-, pues ni entre los antiguos como nosotros se ha visto jamás crimen de tal envergadura.
-Pido la palabra- bramó una magistrada de cabello recogido sentada al lado opuesto que Damien.
-Se le concede, magistrada Salma-respondió la juez.
-Gracias. Compañeros del jurado, señoría, señor Lundaniam, coincidirán conmigo en que este no es un caso que resolver con la simple ejecución del acusado. Su misterioso poder resulta demasiado interesante como para privar a nuestros más sabios hechiceros de su investigación-razonó Salma, por un momento cruzando una mirada cómplice con la juez- Desaprovechar oportunidades como esta podría representar destruir la llave de la puerta a una nueva era. Es por ello por lo que considero menester hacer prisionero al acusado y enviarlo a las estancias de máxima seguridad de la Torre de Hielo, donde los mejores teóricos de la magia harán un estudio completo de su arte y poder.
-¿Y te harías tú responsable de lo que pasaría si el prisionero escapase de la fortaleza?- se burló un magistrado achaparrado al lado de Damien.
-Yo me haré responsable- lo cortó la juez Ibenholt. La sala entera, incluídos Garland y Lundaniam la miró sorprendida- Yo me ocuparé de todo lo concerniente a seguridad, después de todo, es mi sello el que le mantiene retenido en estos momentos. Como Juez Superior del reino, poseo suficiente poder para retener al prisionero el tiempo necesario. Y si resulta no ser tan útil como la magistrada salma ha aventurado... yo misma me ocuparé de su ejecución- y, por primera vez en muchos años, la juez dio señales de reconocer a su único descendiente- Después de todo, se trata de... mi hijo.

La sala quedó en silencio. Todos miraban incrédulos a la fría juez Ibenholt, que jamás había parpadeado al ejecutar prisioneros, la poderosa juez Ibenholt, uno de los pilares de la justicia del reino que había escalado puestos gracias a su enorme capacidad tanto para la imparcialidad como para la magia. La misma juez que había limpiado todo el territorio oeste con métodos de lo más chocantes y expeditivos, con un expediente impoluto... concediendo un indulto al criminal más grande jamás juzgado. El silencio se vio repentinamente roto por las sonoras carcajadas de Garland, que se desternillaba en su envoltorio de cadenas, inmóvil.

-No puedo creer que realmente penséis que podéis retenerme en un simple cubito de hielo mientras ojeáis con lupa algo que nunca podréis llegar a comprender y esperar que me quede sentado como si nada.
-¿Acaso crees que puedes aniquilar mi sello como si nada hubiera pasado?- se ofendió la juez mirando duramente a su hijo- He vivido demasiados años viendo ese sello intacto como para creer que hoy en día un cachorro mal criado como tú será capaz de destruirlo. Podría hacerte desaparecer, muchacho, solo con un movimiento de mi mano.
-Lo dudo.
-¡Insolente!- bramó la juez alzando la mano contra su hijo, envolviéndolo en una espiral de truenos danzantes que le recorrieron los musculos y los huesos, produciéndole un agudo dolor. Pero a pesar de aquel intenso dolor punzante, Garland no emitió ni un sonido, aunque sí contrajo una mueca de dolor.
-Me toca -respondió sonriendo maliciosamente.

Las cadenas estallaron y los eslabones volaron por doquier, un algunos de ellos dejando inconscientes a varios magistrados mientras Lundaniam contemplaba la escena inmóvil y sin mover un dedo. El sello pintado en el suelo que contenía el poder de Garland y lo encerraba dentro de aquel círculo se volatilizó. Los cinco guardias se echaron sobre él, pero cuando hubieron llegado Garland había materializado una hoja irregular de lo que parecía hielo en su mano y le había cortado la cabeza a su madre, que no había tenido tiempo ni de reaccionar. Con la mano que tenía libre dejó inconscientes a dos guardias y mató a los otros tres sin demasiado esfuerzo, agarró la cabeza de su madre y la arrojó sobre la mesa de los magistrados, que habían observado la escena horrorizados. Garland clavó en ellos su mirada de rubí que atravesaba la fina cortina de cabello gris que le caía sobre la cara.

-¿Ahora comprendeis? Nada de lo que hagais puede limitarme. Ahora, vuestra magia y mi poder se encuentran en realidades distintas.

Entonces dos enormes y esbeltas alas negras emergieron de su espalda destrozando aquella camisa de prisionero que hasta aquel día había inhibido cualquier capacidad mágica de su portador. Les dedicó una última sonrisa a los aterrados magistrados y salió volando, haciendo añicos la vidriera.

Origen

sábado, 11 de diciembre de 2010

Imagina. Una sucesión infinita de infinitas formas dispares y completamente aleatorias. La máxima expresión del azar. Formas, colores, pensamientos, existencias más allá de la comprensión… todo entremezclado en una infinidad de sucesos al azar. Así era el caos. Una masa caótica en constante cambio, el todo en potencia.

Pero una sucesión infinita de todo lo posible acaba desembocando en un punto en el que la sucesión se detiene. De este modo, un día el caos adquirió la esencia de un ser vivo, de la vida.Una unidad solitaria, absoluta, pues era la única existencia, que se mantuvo inmóvil gracias al instinto básico del que se dota a cualquier forma de vida, la autoconservación. Sin embargo, seguía siendo una sucesión, ahora solo de formas de vida. Cada una superior, más capaz, que con el paso de las formas iba adquiriendo mas noción de si misma. Hasta que un día surgió una nueva capacidad, la imaginación.

El caos tenía acceso a toda creación tan solo con acceder a ella a través de aquel misterioso mecanismo que se encontraba en algun punto de su ser. Sin embargo, una existencia como la del caos no podría jamás proyectar visiones ni ideas comprensibles, ya que, aunque absolutamente sabia y poderosa, no podía subrayarse de “cuerda”, en el sentido humano de la palabra. Así surgieron ideas enfermizas producto de una creatividad que, aunque ilimitada, no podía ser dominada jamás por una mente como aquella. Estas ideas, que eran proyectadas por el propio caos en su infinita capacidad, también eran automáticamente destruidas por el mismo, ya que la existencia estaba limitada al mismo caos, con lo que el hecho de compartirla era impensable. Sin embargo esto quedo solucionado cuando una idea solo imaginable en la mente más desequilibrada surgió de el Caos; una de las que se convertirían en las esencias principales del universo: el espacio.

Ahora el caos flotaba en una inmensidad de nada. Allí se iban proyectando las ideas absurdas y dementes del Caos, ideas que existían pero que no cambiaban ni evolucionaban, ideas carentes de dinamismo ni cambio. Y asi fue hasta que el caos proyectó otra idea en el universo: el tiempo, la segunda esencia que determinaría el desarrollo de las futuras ideas. Ideas que el caos destruía a medida que eran proyectadas. Sin embargo, a medida que este pasaba, más se asustaba Caos de sus propias ideas, de su propia imaginación, de su mente enferma… De este modo, y con gran esfuerzo, se arrancó parte de su imaginación buscando algún tipo de alivio, y mutilando para siempre su mente. Esta se dio a si misma una forma grande y de gran majestad, una forma completamente distinta a él, que mantuviese sin embargo una esencia que compartir con él, la vida. Así nació el Dragón, Tiamat. La creatividad encarnada en un ser sabio como el caos, sin el lastre del demente.

El caos a pesar de todo, no encontró alivio al deshacerse de parte de sí mismo, así que, desesperado, le pidió ayuda a aquel nuevo ser. Este, al ver al caos, se compadeció y decidió ayudarle, ya que para él, era como el padre que le había dado vida. Con ayuda de Tiamat, Caos retiró de sí mismo la otra mitad de su creatividad. A esta Tiamat le dio la forma de una puerta, que estuviese siempre cerrada y de la cual saliesen las ideas por los resquicios, de forma ordenada. Las ideas empezaron a acumularse en torno a la puerta, hasta conformar un discurso como el de un río.

Sin embargo muchas ideas eran incapaces de convivir sin negarse unas a otras, con lo que Tiamat dividió el universo en dos planos en los que uno contuviese las ideas contrarias a las del otro. De este modo surgieron los dos planos principales: el plano del Origen y el plano de Arcadia. El plano del Origen era en el que estaba contenida la puerta y era en el que descansarían las ideas mas problemáticas, mientras que en el plano de Arcadia reposarían sus ideas contrarias. Tiamat unió estos dos planos por un túnel de una sola dirección, de modo que las ideas que salían del Origen jamás podrían volver a él. Creó un castillo a la salida de Origen desde el cual poder observar las ideas que escapaban de él y en el que poder vivir con Caos, el artífice de todo aquello.

Pero el Caos, ahora privado de toda capacidad de creación, solo conservaba la capacidad de destruir con su enorme poder. Así empezó a destruir el plano del origen por alguna razón que él mismo no comprendía. Tiamat apareció para apaciguarle, y creyó haberlo conseguido. Al menos hasta el momento en que reivindicó aquel universo como suyo, ya que había sido quien había traído estabilidad a la misma existencia, olvidando su antiguo deber para con su creador. El caos al escuchar esto montó en cólera y empezó a destruir el castillo sobre el que se asentaba la puerta con intención de llegar hasta ella, destruirla y dejar escapar lo que quisiera que se encontrase en su interior. Tiamat, horrorizado, intentó detenerle y defendió la puerta con sólidas barreras indestructibles. El hecho de que el caos tuviera la capacidad de la destrucción absoluta y las barreras fuesen indestructibles creó una contradicción que afectó a todo el plano del Origen, el cual quedó maculado.

Caos escapó entonces al plano de Arcadia con intención de destruir al menos aquel segundo universo, y fue seguido por Tiamat. Este lo encontró cuando ya había destruido muchas de las ideas que le otorgaban belleza aquel plano, incluida la luz, que destruyó en infinitos fragmentos que salpicaron toda la inmensidad. Tiamat montó en cólera, pero no podía hacer nada. El solo era un creador, no podía evitar que el caos destruyera sin que hubiese desastrosos resultados, como demostraba la experiencia de Origen. Entonces se le ocurrió hacer doce copias de si mismo, con sus mismas capacidades, pero con la capacidad de destruir. Mandó a sus dragones a por Caos, y lucharon en una titánica batalla en la que Tiamat les daba apoyo con sus creaciones. Siete de los dragones murieron. Los otros cinco llevaban las de perder cuando Tiamat tuvo una idea que evitaría mas destrucción. Mandó a sus dragones inmovilizar al caos por unos segundos, que Tiamat aprovechó para inducir en su mente enferma y destructiva la idea del sueño. Esta idea se materializó de modo que el caos quedó en un estado de narcosis permanente.

Aun con el Caos dormido, Tiamat tenía miedo. Así pues, con ayuda de los dragones, encerró al Caos en el núcleo de un enorme bloque de piedra que orbitaría en torno al fragmento de Luz mas cercano al que bautizó como Sol. Dotó la superficie de aquel bloque esférico de una naturaleza similar a la del antiguo plano de Origen, ahora un montón de ruinas incoherentes, para que los cinco dragones lo poblasen y lo custodiasen en su ausencia. Los dragones bautizaron el bloque como Terra. Tiamat marchó a los confines de Terra, donde el frío y la desolación lo dominan todo, a los paramos de la Tundra, muy lejos, en el sur. Allí, cansado, se dejó encerrar en un bloque de hielo del que no saldría hasta muchos, muchos eones después.

Santuario

viernes, 10 de diciembre de 2010

En realidad quien cuidaba la hierba y el árbol no era otro que el viejo Locke, un reservado anciano que había elegido, por sabe el Dragón qué desafortunado motivo, exiliarse allí, en los confines de las Tierras Prohibidas, mas allá del precinto de seguridad. Matoya era la única compañía de la que había gozado aquel hombre, ahora anciano, los últimos cuarenta años. Y aunque se trataban como viejos amigos, el viejo Locke mantenía la suficiente distancia con Matoya como para revelarle el motivo de su presencia allí, así como paralelamente su mente no dejaba de hacerse preguntas que le hubiera gustado formular. Principalmente, el por qué de que, en el transcurso de cuarenta años, él se había vuelto un viejo débil, calvo y arrugado, cuando Matoya el único cambio que había experimentado había sido el progresivo blanquecimiento de su pelo. Un blanquecimiento que no resultaba puro, como el de las canas que él había tenido la desgracia de perder, sino sucio, grisáceo. Él había ido presenciando su progreso con el paso de los años, aunque solo en las aisladas e inesperadas visitas de aquel misterioso y atemporal muchacho que había conocido el día en que un simple paso adelante tendría que haber sellado su destino. Por qué aquel lugar, es algo que solo el viejo, viejo Locke conoce. Matoya se limitó, a agarrarle con inesperada fuerza por un brazo y a arrojarlo contra la descuidada hierba que rodeaba aquel manzano. Una mirada furibunda, extrañamente triste, de aquel muchacho y Locke desistió. Como si un profesor le hubiera reprendido por una gamberrada, Locke decidió guardar penitencia por intentar atentar contra su propia vida. Y al ver al muchacho sentarse bajo aquel manzano y agarrar una manzana estirando el brazo concluyó que aquel lugar era importante. De ese modo empezó a cuidar el lugar donde debería de haber muerto como su propia tumba. Un lugar especial para ambos personajes, por razones mucho mas cercanas de lo que Locke creía y menos similares de lo que el lector pudiera pensar. Un lugar vedado en el fin del mundo. Un lugar al que regresar suspirando dos silabas tranquilizadoras. Un lugar al que llamar “hogar”.




Locke y Matoya se comportaban como viejos amigos. Bebian y comian juntos siempre que el segundo estaba presente. Hablaban sobre el mundo, los valores y la vida, aunque Matoya nunca mencionaba detalles sobre el día en que se conocieron en su pequeño santuario al borde del acantilado del mismo modo que Locke no preguntaba por la sospechosa longevidad de su colega. Sin embargo, en sus ausencias, Locke cuidaba de aquel santuario que había llegado a considerar tan suyo como Matoya. Este, por su parte tenia demasiadas cosas en las que pensar como para llevar una vida tan tranquila como Locke. Sin embargo, cuando volvía a pasar unos días después de uno de sus viajes (que nunca se prolongaban menos de cuatro años, llegando a la alarmante cifra de diez) siempre llevaba en su maltratado petate algún recuerdo absurdo para Locke, no un souvenir, sino más bien restos de su paso por el mundo, como una hoja mellada o una fragmento de alguna baldosa procedente de algún templo lejano. Mas de una vez Matoya intento hacer desistir a Locke de aquella vida tan sumida en la monotonía de la tranquilidad, aunque realmente Matoya lo envidiaba como nadie. Pues Matoya lo unico que buscaba era algo sobre su propia identidad mas allá de un nombre o un numero, unos recuerdos. Recuerdos de su vida, su infancia, sus padres, todo… y no solo un nombre y un cinco en la palma de la mano. Pero sobre todo, quería hallar las respuestas a su extraña y aparente longevidad y sobre todo, a por qué aquel lugar, tan alejado del mundo, de la civilización, aquel lugar en los confines de unas tierras abandonadas por todos y tachadas de prohibidas hace tantos años, era tan sumamente importante. Tanto como para no respirar con calma hasta volver allí y comerse una manzana mientras el sol se hunde en su propio resplandor.

Locke estaba muerto.

Se sentó en la base del tronco. Aquella sombra por alguna razón le despejaba la mente y sus sentidos, ahora embotados en un remolino de confusión. Arrojó el arma a un lado, como si no le importara rayar la funda. Efectivamente, no le importaba lo más mínimo. Alzo la vista al panorama que seducía a sus ojos. Magnifico. Allí, sobre los acantilados, la vista era perfecta. Aquel prado de tupida hierba, aquel viejo manzano sobre el que se apoyaba, la vista del sol hundiéndose en un resplandor rojizo que teñía el horizonte, las nubes de la reciente lluvia… Una lágrima rodó por la mejilla de Matoya. Es posible que otras personas no lo percibieran como él; sin embargo él y Locke habían hecho de aquel pequeño terreno su pedazo de cielo personal. Ahora, un pedazo un poco más pequeño.



Aquella noche el pasado volvió.

viernes, 8 de enero de 2010

El mundo está bien jodido. Qué vas a hacer entonces, sino dejar que la corriente te lleve como a esos pobres soldaditos de plomo que acaban enterrados en el lecho. Es certero, cómodo y estúpido, y si es que hay algo que te importe, es tu única opción. Pero francamente, me suda la polla la libertad. Me suda la polla el sufrimiento del prójimo. Me suda la polla la crisis. Me suda la polla el paro. Me sudan la polla los atentados. Me suda la polla el petróleo. Me suda la polla todo lo que salga en los periódicos. Me suda la polla porque me repiten lo mismo todos los putos días, recordándome lo mal que está el mundo y dándome razones para que me quede en casa tranquilito. Y joder, soy como tú. No finjas que te importa, puedes ver una docena de cadáveres destripados en televisión y seguir cenando sin que siquiera te de asco. ¿Te acuerdas cuando eras pequeño/a y te decían que eran muñecos? ¿Que eso que les brotaba del cuello era kétchup? Pues los informativos son otra peli gore más. Y me jode tanto como a vosotros que me sude la polla, pero para qué negar lo evidente. Así me ha moldeado el mundo.Y joder, soy malvado. Soy un puto monstruo malvado. Y el mundo no deja de joderme. Y ya estoy harto. No voy a ser otro soldado de plomo en el lecho del río. Me voy a follar al mundo. Con todos vosotros dentro.