Humanidad (II)

jueves, 15 de septiembre de 2011

Tras unas cuantas horas desplumando, Arcant decidió volver a casa con su hijo. En el camino, mientras contaba las monedas que había conseguido, Arcane le tiró de la manga.

-Papá...
-¿Hum?
-¿Puedo ir al bosque a jugar con los chicos?-preguntó el niño.
-Sí, sí -respondíó su padre, distraído y ligeramente extrañado.

Arcane marchó en dirección opuesta, hacia el bosque de Agarta. Aunque a sus once años no era un muchacho muy sociable, tres chicos del pueblo habían insistido en que les acompañara a explorar la cueva del Bardo, conocida por la curiosa melodía que el viento entonaba desde alguna abertura en su interior.

-¡Eh, Arcane! ¡Aquí!

Después de un buen rato caminando, había llegado a la puerta de la cueva, donde Trisien, un muchacho larguirucho, le había citado junto con sus colegas Azur y Vermes, ambos gemelos. Los tres llevaban lamparas de aceite, detalle en el que Arcane no había pensado.

-¿Estás listo para codearte con los mayores?- comentó el primero, dandole unos golpes amistosos en el hombro.
-Sí, pero... yo no traje ninguna lámpara.
-Bah, no te preocupes-lo tranquilizó Vermes-, con estas tres nos llega de sobras. ¿Vamos entonces?

Así los tres encendieron sus lámparas penetraron en la oscuridad de la cueva. Aunque Arcane no se fiaba demasiado de ellos, el que no intentaran darle ningún susto le tranquilizó y se sintió más seguro, al menos hasta que llegaron a un rellano en la roca con cuatro salidas. Allí los chicos se detuvieron.

-Si seguimos más adelante, no sabremos como volver.-dijo Azur.
-¡Eh, Arcane! ¿Que te parece si jugamos a un juego?-propuso Trisien.
-¿Aquí?
-Claro, si no jugásemos aquí no tendría gracia. Tienes que cerrar los ojos y dar varias vueltas contando hasta diez. Si cuando los abras sabes cual es la entrada por la que hemos venido, vendrás con nosotros a dormir a mi cabaña esta noche. ¿Que te parece?
-¡Vale!-respondió Arcane sin dudarlo. Los juegos de azar se le daban muy bien, así que sería una buena oportunidad para impresionarles y de paso, hacer un par de amigos.


Arcane empezó a dar vueltas, contando hasta diez y manteniendo siempre los ojos cerrados. Sabía que cuando los abriera, su mente le indicaría la puerta correcta nada más verla. Sin embargo, cuando abrió los ojos, ni se encontró a sus compañeros ni las puertas ni nada. Solo oscuridad.

-¿Chicos? Preguntó asustado.
-¡Esto por ayudar a tu padre a hacer trampas en la taberna!-dijo una voz que no parecía venir de ninguna parte.

No entendiendo bien por qué habían tomado con él el mal jugar de su padre, Arcane empezó a palpar las paredes de piedra, cada vez más agobiado. El pánico le inundó y empezó a dar vueltas por la sala hasta que un saliente le golpeó la espinilla, provocándole un doloroso pinchazo. En la oscuridad, se sentó abrazándose las piernas con cuidado de no tocar la herida y esperó, esperó durante lo que le parecieron horas cuando sin embargo no habían pasado ni quince minutos. De pronto, la famosa melodía de la cueva empezó a sonar; sin duda fuera se había levantado viento. En ese caso, habría una salida siguiendo el sonido, pensó Arcane. Tembloroso de frío o tal vez de miedo, empezó a avanzar siguiendo ese sonido. Palpando las paredes, se dio cuenta de que había dejado la sala; sin embargo, el suelo parecía empinarse cuesta abajo, inclinación que Arcane no recordaba al entrar. Aún así, continuó convencido de que encontraría otra salida más adelante. Caminó rato y rato, siguiendo la música, a veces gateando por la altura del techo, a veces caminando sin tocar ni siquiera las paredes de la cueva, como si se moviera por una gran galería de piedra. De este modo, fué confiandose a pesar de estar en la oscuridad hasta que dió un paso en falso. Y cayó. Cayó unos instantes en la oscuridad temiendo que moriría ahí abajo, olvidado por todos...

Hasta que llegó al agua. Ileso, empezó a dar vueltas pensando en lo grande que sería aquella laguna subterránea, que empezaba a concebir como un mar en la penumbra. Entonces, distinguió una luz, a unos veinte metros. Nadó hacia ella creyendo estar salvado, siempre siguiendo la música. La luz salía de otra galería en la piedra, por la que caminó mucho más tranquilo de poder ver el suelo que pisaba. Las paredes, de las que emergían cristales de cuarzo translúcidos, le otorgaban a aquella caverna un extraña e incomprensible belleza. Al final, Arcane se vió en una sala como la que había abandonado, una eternidad antes, pero con aquellas extrañas joyas de la naturaleza cubriendo sus paredes. Allí, sentado contra una pared, estaba la fuente de la famosa música por la que la cueva del Bardo era tan famosa. Un dragón. Pero no era un dragón como los que había visto cazar a los del pueblo, era mucho más pequeño, y parecía consumido. Apenas debía de medir tres metros, tres metros de escamas que casi rozaban los huesos. De su espesa melena blanca emergían dos cuernos negros, uno de ellos roto. En cuanto el dragón reparó en la presencia del muchacho, dirigió su atención hacia él, dejando de entonar aquella música fantasmal que emergía de su garganta. Sin abrir los ojos, habló.

-Este olor... me suena... ¿sois humano o demonio?
-...-Arcane no respondió, empequeñecido ante la majestruosidad de su anfitrión.
-¿No teneis lengua, mortal?-se quejó, dejando escapar un suspiro de impaciencia que más bien se antojó de tristeza.
-Humano, señor... Mi nombre es Arcane, señor...
-Ya veo... ¿Que tal están las cosas ahí fuera, humano?
-Yo... no lo sé, señor... solo soy un niño...
-Una cría... Vaya, después de siglos sin saber nada de otro ser vivo, y la única visita que recibo es la de una cría, una cría humana...
-Yo... lo siento, señor.
-No os disculpeis , muchacho. Una vez una mujer de tu especie me demostró que los humanos teneis mucho que enseñar, incluso a seres que un día nos creímos inmortales. Veo en vuestra mente que tan solo el hecho de que sepa hablar os sorprende.
-Esto... así es, señor...
-Sí, sí, veo en vuestros recuerdos que solo has conocido a mis congéneres más salvajes... desgraciados productos de un deber ya olvidado... quedan pocos como yo, muchacho. Y estoy seguro de que hace muchos años que ningun humano entra en contacto con uno de ellos como ahora...
-Señor... no sé... ¿puedo preguntarle quien sois?
-Claro que podeis, chico, pues ambos somos compañeros de celda ahora. Mi nombre es Garland, Guardián del Tiempo y uno de los doce Discípulos de Tiamant... aunque a estas alturas solo debemos de quedar cinco, a lo sumo -suspiró-. Pero más bien, os preguntais qué hago aquí... sí, sois como un libro abierto para mí, joven. Hace muchos siglos uno de tus congéneres, una mujer llamada Eva, consiguió hacerme ver lo positivo de vuestra especie. Aunque los protodragones somos seres prácticamente asexuados, esa mujer me lo demostró cautivando mi alma. Y, transmutando mi propio cuerpo en una forma humana, tuve mi primer y último descendiente con ella. Y fué él quien me condenó a una eternidad de olvido aquí, respirando cada bocanada de aire como si fuera la última. No puedo morir, pero es como si estuviera muerto.
-Lo siento mucho, señor...
-No necesito vuestra compasión, cachorro humano. Pero... puedo ver en vos algo. Teneis un talento para nuestro arte. Veo que vuestro padre está pervirtiéndolo con su avaricia...
-¿Talento, señor...?-inquirió Arcane, entre asustado y fascinado.
-Un talento que compartes con nosotros. Serías un magnífico recipiente para mi legado. ¿Querrías heredar mi sabiduría y poder? Vos escaparíais de una terrible muerte en este agujero y para mí sería una forma de devolver mi presencia a la superficie.



Aquella noche, la cueva del Bardo detuvo su canción para siempre.